Israel es culpable
Sábado 9 de agosto de 2014. Nodo50 | Descargar artículo en PDF
Fuente: Blog de Rafael Narbona
Por Rafael Narbona
Las Fuerzas de Defensa de Israel (Tzahal) ya
han asesinado a 400 niños palestinos. En el colmo del cinismo, el
gobierno de Netanyahu intenta responsabilizar a Hamás y los grandes
medios de comunicación se hacen eco de esta maniobra. En nuestro país,
los mismos que se indignan cuando se intenta explicar –no justificar- la
violencia de ETA, no plantean objeciones morales cuando Israel ataca a
la población civil palestina con misiles, fósforo blanco y bombas de
racimo. Los niños que perdieron la vida en el infame atentado contra el
Hipercor de Barcelona el 19 de junio de 1987 son víctimas de primera
clase, que pueden explotarse para mantener viva la crispación y
boicotear el proceso de paz y reconciliación en el País Vasco, pero los
niños palestinos son víctimas de segunda categoría, daños colaterales
que no pueden atribuirse a Israel, pese a que sus carros blindados y sus
F-16 bombardean escuelas de Naciones Unidas e infraestructuras
necesarias para el suministro de agua y electricidad. Nada entra ni sale
de Gaza porque Israel, Egipto y el Mar Mediterráneo actúan como los
muros de una gigantesca prisión al aire libre. Desde hace ocho años,
Gaza sufre un bloqueo inhumano, que escatima alimentos, medicinas, agua,
material escolar, combustible y material de construcción, pues siempre
ha existido el propósito de transformar la Franja en un lugar
inhabitable y obstaculizar cualquier intento de reconstruir los
edificios reducidos a escombros.
Genocidio en Gaza, limpieza étnica en Cisjordania
Israel y Estados Unidos no reconocen la autoridad de la Corte Penal
Internacional porque el terrorismo de estado es la esencia de su
política exterior. Estados Unidos alienta “primaveras” en Oriente Medio
para reorganizar la zona de acuerdo con sus intereses, practica la
tortura en Guantánamo y en un verdadero archipiélago de cárceles
clandestinas, comete asesinatos extrajudiciales con aviones no
tripulados (drones) y desestabiliza países –como Ucrania o Venezuela-
para controlar las rutas comerciales del gas y el petróleo. Israel es su
estado 51 e imita a su maestro, que se constituyó como nación
exterminando a los pueblos nativos y estableciendo una segregación
racial que aún no ha desaparecido. En Washington D. C., la esperanza de
vida de un hombre blanco supera a la de un hombre negro en 13’8 años. La
esperanza de vida de un judío israelí es de 81’7 años. La de un
palestino 72’8. Es evidente que la “pax americana” y la “única
democracia de Oriente Medio” no garantizan la igualdad de derechos, pues
el racismo –basado en razones étnicas, religiosas o económicas- se
disfraza de economía libre de mercado, suscribiendo las tesis del
darwinismo social, que condenan al más débil a una existencia precaria y
una muerte prematura. Israel no procede a ciegas, movido tan solo por
el deseo de vengar el secuestro y el asesinato de tres adolescentes
judíos en la Cisjordania ocupada. Su objetivo es forzar una segunda
Nakba o emigración forzosa, semejante a la que en 1948 le permitió
deshacerse de casi un millón de palestinos, obligándoles a abandonar sus
hogares. En las aguas territoriales de Gaza, hay importantes
yacimientos de gas sin explotar, pero ésa no es la razón principal de
las sucesivas incursiones militares. El objetivo es expulsar a sus
habitantes a la península del Sinaí u otros países de la zona (Siria,
Jordania, Líbano) para construir un Estado judío, sin la presencia de
árabes que distorsionen su identidad nacional. En Cisjordania, se aplica
el mismo guión, pero de una forma menos cruenta. Las colonias judías se
apropian de los recursos hídricos y condenan a los palestinos a vivir
en asentamientos de escasa viabilidad económica. Esos enclaves están
aislados por muros, carreteras y controles militares, y soportan a
diario las humillaciones de los colonos. En este contexto, ¿se puede
hablar de genocidio y limpieza étnica?
El
Convenio de 1948 sobre la Prevención y Castigo del Crimen de
Genocidio describe los actos que caracterizan a las políticas genocidas:
“matanza de miembros de un grupo nacional, étnico, racial o religioso;
atentado grave contra la integridad física o mental de los miembros del
grupo; sometimiento deliberado del grupo a condiciones de existencia que
puedan acarrear su destrucción física, total o parcial”. En 1993, el
académico polaco Raphael Lemkin propuso una definición más precisa: “El
genocidio se desarrolla en dos fases: por un lado, la destrucción del
modelo nacional del grupo oprimido; por otro, la imposición del modelo
nacional del opresor mediante el desplazamiento forzoso y la
colonización del territorio”. Es indiscutible que Israel actúa de este
modo y, por tanto, procede hablar de genocidio, limpieza étnica y
crímenes de guerra, pues en todas sus operaciones de castigo contra Gaza
ha violado el Protocolo I adicional de 1977 de los Convenios de
Ginebra, según el cual se considera un crimen “convertir a civiles y
localidades no defendidas en objeto o víctimas de ataques
indiscriminados”. No simpatizo con Hamás, pero sus cohetes artesanales
son simples petardos comparados con la tecnología del Tzahal. La
desproporción en el número de bajas demuestra que no se puede hablar de
una guerra, sino de actos de resistencia contra la ocupación israelí.
Cuando Al Fatah –un partido laico y socialista- era la fuerza política
más influyente del pueblo palestino, el Estado de Israel no se mostró
menos agresivo. De hecho, invadió el sur del Líbano para destruir las
bases de la OLP y el 16 de septiembre de 1982 colaboró con las milicias
cristianas libanesas en la masacre de Sabra y Chatila, donde perdieron
la vida 3.500 refugiados palestinos. Los falangistas de Gemayel
asesinaron a hombres, mujeres y niños durante 48 horas, mientras el
Tzahal aseguraba el perímetro y lanzaba bengalas para iluminar los
campamentos de noche, facilitando la búsqueda y exterminio de las
víctimas.
Al contemplar a los niños palestinos asesinados en la Operación Margen
Defensivo, comprendo la indignación de Pilar Manjón, que se dejó llevar
por los sentimientos en Twitter. Indudablemente, no escogió las palabras
adecuadas, pero fue valiente y sincera. A estas alturas, el Presidente
Barack Obama y su insoportable mujer se han ganado el desprecio de todos
los que un día les contemplaron como la promesa de un cambio. Estados
Unidos no es una democracia, sino un imperio gobernado por grandes
grupos empresariales, que impulsan políticas neocoloniales disfrazadas
de intervenciones humanitarias. La reacción histérica del actor John
Voight increpando a Penélope Cruz y a Javier Bardem por firmar una carta
colectiva acusando a Israel de genocidio, muestra claramente la
verdadera faz de una potencia mundial que apenas tolera las voces
disidentes. El macartismo nunca se marchó. Solo cambió su discurso,
reemplazando el anticomunismo por una islamofobia que no le impide
colaborar con Arabia Saudí, cuyas leyes se basan en el wahabismo, la
versión más intolerante del Islam. El terrorismo de Al Qaeda –si es que
existe la fantasmagórica organización- ha ocupado el lugar de la
subversión comunista, permitiendo recortar libertades y suprimir (o
vulnerar) derechos.
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