Kobane o Cizîre, dos de los cantones de la región
siria de Rojava, funcionan con un sistema político alternativo de
autogestión al calor de la lucha por una sociedad feminista y
ecológicamente sustentable.
Tras un siglo de lucha, el movimiento kurdo ha
conseguido numerosas conquistas a pesar de jugar en un tablero de
gobiernos opresores y movimientos armados como el grupo terrorista
DAESH. La principal victoria reciente: la creación de un sistema
político alternativo de autogestión en los cantones de Kobane, Afrîn y
Cizîre de la región siria de Rojava, que funciona desde junio de 2015 y
madura al calor de la lucha por una sociedad feminista y ecológicamente
sustentable.
Las mujeres juegan un papel clave en la lucha contra la opresión en
el Kurdistán. En los años 90 tomaron las armas y formaron el Ejército de
Mujeres, que posteriormente pasaría a ser conocido como YJA Star,
activo hasta el día de hoy. Actualmente, muchas de las guerrilleras
integran también la brigada de mujeres de milicia kurda YPG -denominada
en español Unidades Femeninas de Protección (YPJ)- que surgió en 2012
tras el comienzo de la revolución en Siria, ante la necesidad de
defenderse del régimen de Bashar al-Assad y de los rebeldes sirios, del
gobierno de Turquía y del avance de DAESH (acrónimo peyorativo para
nombrar al ISIS, Estado Islámico de Irak y Siria, por sus siglas en
inglés).“La nuestra es una lucha contra el colonialismo étnico y
sexista”, explica a Pikara Nursel Kiliç, presidenta de la Fundación
Internacional de Mujeres Libres y representante del Movimiento Europeo
de Mujeres Kurdas, mientras toma té en el Centro Cultural Kurdo de
París. Sin embargo, este movimiento feminista reconocido en el ámbito
internacional va más allá de las armas, que representan la décima parte
de su lucha.
Aunque con menos eco mediático, la batalla de las kurdas se remonta a
mucho antes de la guerrilla. La revolución comenzó con la toma de
consciencia de las mujeres sobre sus derechos y con el acercamiento a la
lucha internacional de liberación de las mujeres, según cuenta Nursel.
“No es sólo una lucha de autodefensa, son mujeres que hacen una
interrevolución feminista en el seno de la revolución kurda”, afirma
esta militante, que además considera que la imagen-objeto con matiz
exótico de las guerrilleras kurdas puede invisibilizar el combate de las
activistas que hay detrás del uniforme y las armas.
Tres flores kurdas asesinadas en París
El 9 enero de 2013, tres piezas clave del activismo internacional por
la autodeterminación del pueblo kurdo y de la lucha por la liberación
de la mujer fueron asesinadas en París, en la sede de la Federación de
Asociaciones Kurdas en Francia. Los cuerpos sin vida fueron hallados con
varios disparos en la cabeza, aunque solo se encontraron dos casquillos
de bala.
“La idea de que los fascistas turcos habían asesinado a Sakine, Leyla
y Fidan en pleno París era insoportable. Cuando me enteré no creía cómo
se habían atrevido a hacerlo, me sentía como un león enjaulado”, afirma
Sylvie Jan, gran amiga de Sakine y actual presidenta de la asociación
Solidaridad Francia-Kurdistán. En 2013, año en que se cometió aquel
triple asesinato, Jan presidía la asociación Mujeres Solidarias; una
joven kurda le pidió apoyo para defender a la diputada kurda Layla Zana
de la pena de muerte que pesaba sobre ella por haber pronunciado una
frase en kurdo en el momento de su investidura en el Parlamento Turco,
un atrevimiento que está severamente restringido en Turquía. “Me
impliqué profundamente en esta lucha, fui hasta Ankara a visitar a Leyla
y desde entonces las kurdas entraron en mi vida”.
Las mujeres asesinadas eran tres piedras incómodas en los zapatos del
gobierno turco. Sakine Cansiz, de 54 años, fue cofundadora del Partido
de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) junto con Abdullah Ocalan,
presidente del partido y condenado a cadena perpetua en Turquía. También
fue fundadora del movimiento de liberación del Kurdistán y la Unión de
Mujeres Libres, lo que la llevó a ser prisionera en Turquía hasta que
recibió asilo político en Francia. Fridan Dognan, con 31 años, era
directora del Centro de Información del Kurdistán, representante del
Congreso Nacional del Kurdistán y exiliada en Francia desde que huyó con
su familia a los 8 años. Leyla Saylemez vivía en Alemania y estaba de
paso en París; a sus 25 años, esta activista kurda tenía una prometedora
carrera política por delante en la lucha por la libertad de su pueblo.
En mayo de 2015, dos años después del triple homicidio y tras una
investigación llevada a cabo por la justicia francesa, el turco Omer
Güney, intérprete y chófer voluntario de la organización kurda en París,
fue el único condenado del caso a pesar de que los jueces alertaron
acerca de varios indicios que lo relacionaban directamente con el
servicio secreto turco (MIT). Sin embargo, el gobierno de Erdogán no ha
respondido aún a la comisión rogatoria para esclarecer, entre otras
cosas, la conversación que la prensa turca filtró en entre Omer y dos
agentes del MIT.
“Francia es escenario de muchos crímenes políticos, de cuyos
intríngulis el servicio secreto francés debe estar al corriente; sin
embargo estas informaciones no siempre llegan a la justicia, tal vez
porque el Gobierno francés las utiliza como elemento de presión
unilateral”, afirmó recientemente Selahattin Demirtas, codirector del
Partido Democrático de los Pueblos (HDP), durante una conferencia sobre
justicia y crímenes políticos centrado en el caso de las tres kurdas
asesinadas en pleno centro de la capital francesa.
El proyecto político de las mujeres kurdas representa hoy una
esperanza para la democracia y la paz, no solo para el Kurdistán sino
para el mundo entero
Unos días antes del triple crimen, Recep Tayyip Erdogán, por entonces
primer ministro turco, anunció el arranque de las negociaciones de paz
con Abdullah Ocalan, líder histórico del PKK preso desde 1999. Demirtas
cree que este asesinato fue planeado por el Gobierno turco para provocar
a los kurdos y arruinar el proceso de paz, asegura además que la
investigación no avanza debido a los crecientes intereses económicos,
políticos y militares entre Francia y Turquía. “Si se hubiesen buscado
los responsables podríamos haber tenido un proceso de paz duradera, con
Turquía en paz, Siria no estaría en la actual situación y el DAESH no
habría avanzado tanto. Si Turquía hubiese combatido a DAESH desde el
principio, tal vez los atentados de París nunca habrían sucedido”.
El HDP es el partido kurdo con mayor número de representantes mujeres
en la historia del Parlamento turco, después de que en las pasadas
elecciones de junio lograse el 13 por ciento de los votos. “Esta
victoria es común para todas las mujeres turcas” declaró Demirtas tras
las elecciones y después de que Erdogan negase la igualdad entre hombres
y mujeres, calificando el feminismo de “rebeldía de las mujeres que no
aceptaban su maternidad”.
“La emancipación de una mujer pasa por la liberación de todas las
mujeres, por eso este asesinato, más allá de un hecho político, es un
feminicidio, un atentado contra la mujer, resultado de la confrontación
ideológica y política entre el gobierno turco y el pueblo kurdo, bajo el
paraguas de los intereses económicos de los países occidentales contra
un pueblo que reivindica su derecho básico de existir”, sostiene la
joven líder kurda Nursel Kiliç.
Ante la cantidad de interrogantes que ensombrecen este caso, el
movimiento de solidaridad mantiene las movilizaciones para exigir que la
Justicia gala reabra la investigación y reconsidere las pruebas que
inculpan al MIT. El pasado 9 de enero, con motivo del tercer aniversario
del asesinato, unos 10.000 manifestantes volvieron a recorrer las
calles de París para honrar la memoria de las “tres flores kurdas”,
apelación con que los kurdos recuerdan a las tres asesinadas.
“Ninguna revolución se desarrolla sobre una alfombra de terciopelo,
pero en esta región de Oriente Medio el proyecto político de las mujeres
kurdas representa hoy una esperanza para la democracia y la paz, no
solo para el Kurdistán si no para el mundo entero”, opina Kiliç.
La Revolución de Rojava, la lucha por una sociedad feminista
La lucha feminista del movimiento kurdo comenzó a fraguarse en la
década de los 80 entre las exiliadas en Alemania. Gracias al trabajo de
mujeres como Sakine Cansiz, el PKK asumió la denominada Teoría de la
Ruptura a favor de la abolición de todo sistema de dominación patriarcal
y esclavitud de las mujeres. En aquella época, la opresión del Gobierno
turco obligó a la organización del movimiento kurdo a agruparse en las
regiones fronterizas con Siria, principalmente Afrîn, Cizîre y Kobane,
donde eran hostilmente ignorados por Al-Assad. El régimen no les atacaba
directamente pero negaba su existencia étnica como pueblo, les quitó
las tierras y los reprimió económica y socialmente dentro del proceso de
arabización. A finales de los 90, la presión del Gobierno turco fue
tan fuerte que Siria cedió a la ofensiva contra el pueblo kurdo y
Abdullah Ocalan, líder del PKK, fue capturado.
Ante la presión, las kurdas tomaron las armas y crearon el Ejército
de Mujeres y su propia organización política, el Partido de Mujeres
Trabajadoras del Kurdistán (PJKK), que pasó a llamarse Partido de
Liberación de Mujeres del Kurdistán (PAJK) en 2004. El pilar central de
esta lucha, organizada en torno al Alto Consejo de Mujeres (KJB), es el
desarrollo de una identidad liberadora para las mujeres y se consolida
gracias a las Asambleas por la Libertad de las Mujeres, de carácter
anual y donde se consensuan las decisiones políticas y sociales más
importantes.
“Las mujeres luchamos por emanciparnos dentro de nuestro propio
movimiento”, dice Nursel mientras explica que el horizonte de su lucha
contra DAESH va más allá de la defensa de su territorio y del
reconocimiento de su pueblo, y que cada vez están más amenazadas por la
trata, las violaciones y la esclavitud sexual de los islamistas que
siguen avanzando y que ya controlan importantes enclaves, como Sinyar y
Mosul. “DAESH representa el nivel extremo del sistema patriarcal”,
afirma Nursel con mirada fija y palabra contundente antes de enumerar
los distintos tipos de violencia que este grupo terrorista ejerce sobre
las mujeres y que incluyen los matrimonios forzados, las muertes por
lapidación y la ablación.
Más de 2.000 mujeres de 19 aldeas diferentes fueron obligadas a
satisfacer los deseos sexuales de los miembros del ISIS, mientras que
miles han sido secuestradas, violadas y vendidas posteriormente a
comerciantes en bazares o a mafias de la trata de mujeres a precios que
rondan 100 dólares, según la Asociación para los Derechos de las Mujeres
y el Desarrollo (AWID). Sin embargo, la presión hacia las mujeres
sobrepasa el patriarcado islamista, ya que muchas de las que logran
escapar de las garras del ISIS se suicidan por la vergüenza o son
asesinadas al regresar a sus comunidades. Las kurdas han enfrentado
históricamente la doble opresión patriarcal tanto del Estado como de sus
propias comunidades.
“DAESH representa el nivel extremo del sistema patriarcal”
El sistema social y democrático de Rojava se implantó como tal tras
el estallido de la Primavera Árabe en Siria y cuando la represión del
Gobierno de los y las manifestantes se extiende hasta la región kurda.
Ante la dicotomía de qué bando de los dos apoyar, el pueblo kurdo
decidió tomar la ‘tercera vía´ y crear su propio sistema autónomo en la
región para resistir a los ataques de cada uno de los frentes, incluido
el Estado Islámico. En 2012, las fuerzas de Al-Assad se retiraron
pacíficamente, ante la fuerte y numerosa presencia del ejército de las
Unidades de Defensa Popular (YPG) y del YPJ, el cuerpo de mujeres de la
guerrilla.
La floreciente revolución de Rojava fue percibida por Turquía como
una amenaza, según afirma el político kurdo Selahattin Demirtas, quien
reconoce que este fue el detonante para que Erdogan cancelase las
negociaciones de paz el pasado verano. El gobierno de Turquía cerró
además la frontera e imposibilitó el paso de cualquier tipo de ayuda
solidaria.
El líder del Kurdistan iraquí se puso del lado de Erdogan, quien es
el principal comprador del petróleo producido por los kurdos en Irak.
Rojava acabó aislada frente a uno de los mayores ataques al pueblo kurdo
en la historia reciente. Sin embargo, las fuerzas del ejército de
liberación, incluido el batallón de mujeres, continúan empuñando las
armas para defender su región. Muchas son protagonistas de increíbles
actos heroicos, como es el caso de Arin Mirkan, una de las comandantes
del YPJ que provocó un ataque suicida para acabar con decenas de
combatientes del Estado Islámico.
Debido a las ofensivas, el proyecto social revolucionario mostró
menos frutos en Kobane que en los otros dos cantones, Cizîre y Afrîn,
donde los ataques tardaron un poco más en llegar. En julio de 2015 una
treintena de mujeres activistas fueron asesinadas cuando se dirigían a
prestar su ayuda para la reconstrucción de Kobane, cuna de la revolución
feminista kurda. Aunque las muertes fueron atribuidas al ISIS, muchas
voces sobre el terreno denuncian la complicidad del Gobierno turco para
bloquear la ayuda solidaria y la cooperación con el pueblo kurdo.
Desde comienzos de año, la población kurda en Cizîre están sufriendo
los bombardeos del Gobierno turco en lo que Erdogan denomina “la batalla
contra el terrorismo”. Mientras el pueblo kurdo es el único que
realmente lucha contra el que también es el principal enemigo de Europa,
las empresas armamentísticas europeas continúan haciendo negocios con
el Ejecutivo de Turquía, cuyas armas, muchas de ellas fabricadas en
España, apuntan directamente al proyecto kurdo de autogestión.
“Los gobiernos europeos no apoyan al movimiento kurdo porque eso
significaría apoyar nuestro proyecto de democratización progresista, que
es la antítesis del capitalismo que ellos defienden”, argumenta Nursel
Kiliç y, haciendo suyas las palabras de Neruda, afirma: “Podrán cortar
las flores, pero nunca detendrán la primavera”.
Fuente: Pikara Magazine
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