India: la mayor huelga general del mundo
Vijay Prashad | SinPermiso |
Los líderes de los sindicatos indios son reticentes a decir cuántas personas hicieron huelga el 2 de septiembre de 2016.
Simplemente no pueden ofrecer una cifra exacta. Pero si aseguran que la
huelga – la huelga general número 17 desde que la India adoptó su nueva
política económica en 1991 – ha sido la mayor jamás habida. Los grandes
medios de comunicación – que no son partidarios de huelgas – informaron
que el número de huelguistas superó los 150 millones de trabajadores.
Varios periódicos sugirieron que 180 millones de trabajadores indios
abandonaron el trabajo. Si fue así, se trataría de la huelga general más grande de la historia de la que se tiene noticia.
Y, sin embargo, casi no ha tenido eco en los medios de comunicación .Pocos artículos de primera página,
menos fotos aún de trabajadores manifestándose fuera de sus fábricas y
bancos, plantaciones de té y estaciones de autobuses sin actividad. La
sensibilidad de los periodistas sólo rara vez puede romper el muro de
cinismo levantado por los propietarios de la prensa y de la cultura que
les gustaría crear. Para ellos, las luchas de los trabajadores son un
inconveniente para la vida diaria. Es mucho mejor para los grandes
medios de comunicación dar la imagen de las huelgas como una
perturbación, como una molestia que deben sufrir unos ciudadanos que
parecen vivir al margen de los trabajadores. Es el rencor de clase media
lo que define la cobertura de la huelga, no las reivindicaciones de los
trabajadores a la hora de esta acción sincera y difícil. La huelga es
tratada como algo arcaico, como un vestigio de otra época. No se ve como
un medio necesario para que los trabajadores expresen sus frustraciones
y esperanzas. Las banderas rojas, las consignas y los discursos son
descritas de forma vergonzosa. Es como si al apartar la vista de alguna
manera se obligará a la huelga a desaparecer.
Una de las principales empresas de
consultoría de negocios internacionales informó – hace unos años – que
680 millones de indios que viven en la pobreza. Estas personas – la
mitad de la población de la India – se ven privados de los fundamentos
de la vida, como alimentos, energía, vivienda, agua potable,
saneamiento, sanidad, educación y seguridad social. La mayoría de los
trabajadores y campesinos indios se cuentan entre los desposeídos. El
noventa por ciento de los trabajadores de la India están en el sector
informal, donde la protección en el lugar de trabajo es mínima y su
derecho a formar sindicatos prácticamente inexistente.
Estos trabajadores no son algo marginal
para el programa de crecimiento de la India. En 2002, la Comisión
Nacional de Trabajo concluyó que “la principal fuente de trabajo futuro
para todos los indios sería el sector informal, que ya produce más de la
mitad del Producto Interno Bruto. El futuro de la mano de obra india,
entonces, es el sector informal con unos pocos derechos reconocidos
ocasionalmente para evitar violaciones grotescas de la dignidad humana.
La mejora de las condiciones de los trabajadores de la India no forma
simplemente parte de la agenda de prioridades actuales del país.
El primer ministro Narendra Modi,
que una vez más estuvo ausente por los compromisos de su interminable
gira mundial, no prestó atención a estos trabajadores. Su objetivo es
aumentar la tasa de crecimiento de la India, que – a juzgar por el
ejemplo de cuando era Primer Ministro del Estado de Gujarat – se puede
lograr mediante el canibalismo de los derechos de los trabajadores y el
medio de vida de los pobres. La venta de bienes del Estado, las
concesiones enormemente lucrativas para las empresas privadas y la
apertura de las puertas de la economía de la India a la inversión
extranjera directa son los mecanismos escogidos para aumentar la tasa de
crecimiento. Ninguna de estas estrategias, como incluso el Fondo
Monetario Internacional reconoce, contribuirá a la igualdad social. Esta
estrategia de crecimiento provoca una mayor desigualdad, menos poder
para los trabajadores y más privaciones.
Lucha de clases
Sólo el cuatro por ciento de la fuerza
laboral de la India está sindicalizada. Si estos sindicatos lucharan
meramente para defender sus débiles derechos, su poder se erosionaría
aún más. El poder sindical ha sufrido mucho desde que la economía de la
India se liberalizó en 1991, con las sentencias del Tribunal Supremo
contra la democracia sindical y con la cadena de producción mundial
enfrentando a los trabajadores indios contra los trabajadores de otros
lugares. El gran mérito de los sindicatos indios es que han hecho suyas –
en diferentes tempos – las condiciones de trabajo y vida de los
trabajadores y los campesinos en el sector informal. Lo que queda de
poder sindical solo podrá aumentar haciendo lo que están haciendo. Es
decir, girar hacia la inmensa masa de los trabajadores y campesinos
informales y atraerlos a la cultura de los sindicatos y la lucha de
clases.
La lucha de clases no es una invención
de los sindicatos o de los trabajadores. Es un hecho de la vida para la
mano de obra en el sistema capitalista. El capitalista, que compra la
fuerza de trabajo de los trabajadores, busca que esa fuerza de trabajo
sea tan eficiente y productiva como sea posible. El capitalista retiene
los beneficios de esa productividad, arrinconando a los trabajadores en
sus barrios de chabolas por la noche para intentar recuperar la energía
necesaria para volver al día siguiente al trabajo. La esencia de la
lucha de clases es esa presión de los capitalistas para que sean más
productivos y para desposeerles de las ganancias de su productividad.
Cuando el trabajador quiere una parte mayor de lo que produce, el
capitalista no escucha. Es la huelga – un invento del siglo XIX – lo que
proporciona a los trabajadores una voz para actuar en la lucha de
clases de manera consciente.
En la India, la primera huelga tuvo
lugar en abril y mayo de 1862, cuando los trabajadores ferroviarios de
la estación de tren de Howrah pararon para reivindicar el derecho a una
jornada de 8 horas. Los inconvenientes que la huelga pueda tener para la
clase media tienen que ser sopesados contra los ‘inconvenientes’
cotidianos que los trabajadores sufren como consecuencia de que la mayor
parte de su productividad sea apropiada por los capitalistas. Aquellos
trabajadores en 1862 no querían turnos interminables de diez horas que
les dejaba sin tiempo para una vida propia. Su huelga les permitió
decir: no vamos a trabajar más de ocho horas. Los que critican las
huelgas van a argumentar, seguro, que hay otras maneras de conseguir que
su voz sea escuchada. Pero los trabajadores no tienen ninguna otra,
porque no tienen ni el poder político para hacer ‘lobby’ ni el poder
económico para controlar los medios de comunicación. No les queda mas
que el silencio, a excepción de esa fiesta de la clase trabajadora que
es la huelga.
De Gujarat a Kerala
Los trabajadores del estado natal de
Narendra Modi, Gujarat, se unieron a la huelga con gran entusiasmo.
Entre ellos los 70.000 trabajadores de la restauración y las guarderías y
los trabajadores portuarios de Bhavnagar. Los trabajadores de la
confección en Tamil Nadu y los trabajadores de las fábricas de
automóviles de Karnataka cerraron sus fábricas. Los empleados bancarios y
de seguros se unieron a los operadores de los telares mecánicos y los
mineros del hierro, mientras que los trabajadores del transporte en todo
el país decidieron no entrar y hacer piquetes en las puertas de sus
estaciones de autobuses y camiones. Los sindicatos comunistas se unieron
a otros sindicatos para asegurar la movilización más amplia de los
trabajadores.
Cada sindicato local en esta huelga
tenía sus propias reivindicaciones, sus propias preocupaciones y
frustraciones. Pero las cuestiones generales que unieron a estos
millones de trabajadores giraban en torno a la exigencia de democracia
en el trabajo, una mayor participación en la riqueza social y un entorno
social menos tóxico. Los trabajadores – a través de sus sindicatos –
presentaron sus doce demandas al gobierno, que no les hizo el menor
caso. En el último minuto, cuando parecía que el éxito de la huelga
sería importante, el gobierno intentó hacer pequeñas concesiones. Pero
no fue suficiente. Era, como los sindicatos explicaron, un insulto. No
había ninguna expectativa de que la huelga en sí podría dar lugar a
importantes concesiones por parte del gobierno. Después de todo, el año
pasado, 150 millones de trabajadores se declararon en huelga y el
gobierno continuó con sus políticas antiobreras. En lugar de ello, el
gobierno de Narendra Modi reforzó su compromiso con la ‘reforma del
mercado laboral’ – es decir, la destrucción de los sindicatos y la
flexibilización del derecho de despedir a los trabajadores a voluntad de
los empresarios.
Lo que la huelga expresa es que los
trabajadores de la India siguen siendo un sujeto activo de la lucha de
clases. No se han rendido a la ‘realidad’. En 1991, cuando el gobierno
decidió abrir la economía a los turbulentos intereses del capital
global, los trabajadores se rebelaron. En agosto de 1992, los
trabajadores textiles de Bombay salieron a las calles en ropa interior,
porque el nuevo orden quería dejarlos en la miseria. Su gesto simbólico
es la realidad actual.
profesor
de estudios internacionales en el Trinity College en Hartford,
Connecticut. Es autor de 18 libros, incluyendo Arab Spring, Libyan
Winter (AK Press, 2012), The Poorer Nations: A Possible History of the
Global South (Verso, 2013) and The Death of a Nation and the Future of
the Arab Revolution (University of California Press, 2016).
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