Esperanza Aguirre presenta su dimisión por el caso de Ignacio González
La portavoz del PP en el Ayuntamiento deja el cargo acechada por la corrupción: "Me siento engañada y traicionada por Ignacio González, y por eso dimito"
Esta
dimisión es la tercera de Aguirre: el septiembre de 2012 dejó la
Comunidad de Madrid; y en febrero de 2016, la presidencia del PP
madrileño
Esperanza Aguirre lo deja. No ha podido más. El
encarcelamiento de Ignacio González por el saqueo del Canal de Isabel II
ha sido demasiado para Aguirre: su delfín, la persona en quien más
confió en política, quien creció a su lado está inmerso en una operación
corrupta a gran escala: "Le pedí explicaciones [a González] y ahora me
siento engañada y traicionada. No vigilé más".
Aguirre presenta su dimisión –la tercera en los últimos años– que
supone que deja la portavocía del grupo del PP en el Ayuntamiento de
Madrid y también el acta de concejala.
Los medios de comunicación habían sido convocados a las
17.00 en el Ayuntamiento para el anuncio de la decisión, en una
comparecencia en la que ha leído una declaración sin preguntas.
"Cuando fui presidenta de la Comunidad hasta septiembre de 2012", ha
proseguido Aguirre, "lo nombré vicepresidente. Algunos medios lo
señalaron en asuntos que podían ser calificados como incorrectos [como
el ático de Estepona]. Le pedí explicaciones y ahora me siento engañada y
traicionada. No vigilé más".
"Este auto del juez
demuestra que no vigilé lo que debía, y por eso dimito como concejal y
portavoz del grupo municipal popular", ha zanjado.
Aguirre quería aguantar, quería prolongar su herencia y
su legado, ser recordada por su gestión política más que por las sombras
de corrupción cada vez más alargadas. Pero cada día se veía más sola y
cansada, con palabras de aliento cada vez pronunciadas por menos
personas, con mensajes de frialdad desde Génova.
Aguirre se sentía parte de ese hilo azul que conecta con las sociedades
de amigos del país de la Ilustración y los liberales del siglo XIX,
portadora de esas esencias liberales en una España en la que la
arquitectura institucional y política de 1978 se tambalea. Y
quería trascender, aparecer en los libros de historia el día de mañana, y
aparecer bien parada.
Así se ve la expresidenta
madrileña: como quien modernizó la comunidad autónoma, quien introdujo
el bilingüismo en el sistema educativo; bajó los impuestos como nadie
–al calor de la burbuja inmobiliaria–; construyó más kilómetros de Metro
que todos sus predecesores juntos; golpeó como nadie a los sindicatos y
cambió por completo el sistema sanitario público a través de las
privatizaciones.
Pero ha habido más, claro.
La historia política de Aguirre como presidenta regional no se entiende
sin quien le ha acompañado, mano a mano, en esta última década: Ignacio
González. Mano derecha desde 2003 en el Gobierno, en el partido desde
2011, y presidente regional desde 2012. Y también salpicado por el ático
de Estepona, por cuya compra, investigada por la justicia, estuvo
imputada su esposa, Lourdes Cavero.
Aguirre, González y el resto del PP conquistó la puerta del Sol tamayazo
mediante, uno de los episodios más turbios en la política española: dos
diputados autonómicos del PSOE se negaron a votar a su candidato y
provocaron una repetición electoral que encumbró a Esperanza Aguirre.
Ahora Ignacio González está en la cárcel de Soto del Real y Aguirre no ha resistido más tiempo.
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