miércoles

"Reflexiones sobre el Centenario de la Revolución", por Marina Albiol




Marina Albiol Guzmán, europarlamentaria de Izquierda Unida

Acabo de aterrizar de vuelta a casa, después de pasar una semana entre San Petesburgo y Moscú formando parte de la delegación del GUE/NGL, el grupo parlamentario de la Izquierda Unitaria Europea en la Eurocámara, que fue invitada por el Partido Comunista de la Federación Rusa a los actos de conmemoración del centenario de la Revolución de Octubre. Y ahora a la vuelta, después de lo vivido allí y lo leído desde aquí, me parece importante recordar por qué conmemoramos esos días de Octubre de 1917.
No celebramos la toma del palacio de invierno o la caída del gobierno provisional como si fueran victorias militares, sino las consecuencias que estos actos tuvieron para todos los trabajadores y trabajadoras del mundo y las mejoras en nuestras condiciones de vida que de ahí se derivaron, especialmente para los pueblos de Rusia y de la Unión Soviética

Estos días del Centenario son el momento idóneo para recordar lo que verdaderamente reivindicamos: un pueblo que se levanta contra la opresión, unos bolcheviques que conquistaron el poder junto a los soviets de obreros, soldados y campesinos. Y esos primeros años en los que se tomaron las medidas más avanzadas de toda la historia de la humanidad para nuestra clase, bajo la consigna de la paz, la tierra para los campesinos y las fábricas para los obreros.
Algunas de las primeras medidas que se tomaron esos primeros días en Petrogrado fueron ofrecer la paz a los pueblos de todos los países sobre la base del derecho de autodeterminación de los pueblos. O el Decreto sobre la Tierra, donde en su primer punto abolía la propiedad de los terratenientes sin ninguna indemnización. Pero luego les siguieron muchas otras, como el derecho al aborto, las escuelas infantiles gratuitas, el seguro de maternidad o la descriminalización de la homosexualidad (reintroducida en el código penal en 1933).

Esto es lo que hizo tan grande esa Revolución y lo que nosotras hemos conmemorado estos días en Rusia. No las perversiones del comunismo, no los horrores, ni los crímenes que tanto daño hicieron a partir de los años treinta y que nos siguen haciendo ahora. Los poderosos estarán encantados si nosotras reconocemos como socialismo algo que nunca lo fue, por mucho que lo hicieran bajo una bandera roja.

Es cierto que vuelvo con un sentimiento agridulce de un encuentro en el que han participado delegaciones de partidos comunistas y de izquierdas de todo el mundo. Por una parte, siempre es reconfortante encontrarse con organizaciones que sabemos que tienen detrás a cientos o miles de personas que luchan por una sociedad más justa, con las que compartimos anhelos, agradecida con la hospitalidad de los anfitriones. Pero también con un poco de tristeza al observar como las relaciones internacionales siguen siendo una cosa de hombres también en la izquierda o al escuchar como se eleva a la altura de líder de izquierda a Al Asad, responsable no sólo de años de represión y encarcelamiento de militantes de la izquierda siria sino de la aplicación de los draconianos planes económicos del FMI, o quienes sitúan al mismo nivel a un dirigente revolucionario como Lenin y a un Presidente responsable de verdaderas atrocidades como Stalin, o incluso quienes pretenden dar un barniz de izquierdas al ultraconservador Putin, tirando por tierra el legado de los revolucionarios bolcheviques.

Cierto es que son posiciones absolutamente minoritarias en la izquierda, pero no por ello inofensivas. Son posiciones peligrosas para nuestro objetivo: el socialismo y todo lo que debería incluir, como la libertad, la paz, el feminismo o los derechos democráticos. A veces tengo la sensación de que en 1917 nos pasaban por la izquierda, y no sólo en cuestiones económicas.

Como conclusión, para mí lo más importante del centenario de la Revolución de Octubre, lo hayamos vivido en Rusia o aquí, es tener claro que la conmemoración no es un ejercicio de nostalgia, sino la constatación de qué se puede volver a hacer, que es posible levantarnos contra la opresión. El ejemplo de que podemos cambiar el mundo.

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