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David Pérez (Alcalde del PP en Alcorcón) cierra el Centro para Víctimas de Accidentes Laborales (Fundival) de la UGT

   


El alcalde de Alcorcón cierra el único centro de España para la atención integral a las victimas de accidentes laborales de Fundival, Fudación creada para tal fin por el sindicato UGT 

El delfín de Esperanza Aguirre, nuevo vecino y alcalde de Alcorcón, ha revocado la cesión del local que el anterior gobierno municipal había concedido  a Fundival hace tan solo dos meses. La razón alegada: austeridad; ahorro que la medida supone a las arcas públicas: prácticamente ninguno.
Más allá de la posible polémica acerca de si la fundación ha sido expulsada del municipio (como sostiene el secretario general de UGT-Madrid, José Ricardo Martínez) o simplemente se ha ‘reubicado su sede’ (según palabras de Oscar Romera, portavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento) lo cierto es que se trata de un hecho paradigmático de las políticas que prepara este nuevo PP triunfante. 

A finales del S XVIII, en la Inglaterra de la Revolución Industrial, surgen lo que años más tarde serán los modernos sindicatos. Estas primeras organizaciones obreras, Asociaciones de Ayuda Mutua (Socorro Mutuo) tienen originalmente una finalidad fundamentalmente asistencial: los obreros activos aportan una parte de sus salarios para ayudar económicamente a aquellos que se encuentran en paro o a los familiares (viudas y huérfanos en su mayoría) de trabajadores fallecidos o gravemente lesionados en el tajo y que, al no poder trabajar, no cuentan con protección alguna.

El cierre de una fundación de atención a las victimas de siniestros laborales no solo denota una falta de sensibilidad que debería ser  impropia de un encargado de regir la cosa pública. El cebarse con los más débiles de entre los débiles muestra además una tenebrosa coherencia con la ideología que nos ha conducido a la actual situación económica y medioambiental, pero también social. La clausura de Fundival no es algo menor o anecdótico: en la cosmovisión del Partido Popular no hay lugar para los garantes últimos del precario estado de bienestar que nos queda: los sindicatos. Ni siquiera en su versión del siglo XVIII.



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