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"La monarquía española se tambalea", por Juanlu González


reyojomoradoUno de los pilares de la malhadada transición española se está derrumbando cual palacio de naipes frente a una ciclogénesis explosiva. El pacto tácito que, salvo honrosas excepciones, se ha ido respetando en nuestro país, ha perdido toda vigencia. Por fin la prensa ha obviado la práctica de la autocensura imperante en el régimen postfranquista —que algunos se empeñan en llamar democracia— para atreverse a hablar del rey Borbón y de la Casa Real. El delito de lesa majestad, las anacrónicas injurias a la corona, no parece ser suficiente dique de contención coercitivo para frenar la publicación informaciones sobre la auténtica riada pestilente que salpica de lleno a la corona española.

Ha tenido que ser la inmersión en una profunda depresión sin fondo, que ha hundido a la sociedad española en la miseria, la desesperación y la falta de expectativas de futuro, la que ha puesto de manifiesto las prebendas que disfruta la clase dirigente de nuestro país.

 Sueldos vitalicios, pensiones máximas sin cotización, regalos millonarios, vehículos oficiales, salarios desorbitados, dietas indecentes… eran sólo la punta del iceberg de un extenso entramado de corruptelas con las que los verdaderamente poderosos comparaban las voluntades de los supuestos representantes del pueblo. Así, políticos concretos, pero también partidos completos, se hacían de alguna manera partícipes de las migajas del festín especulativo que asoló al país durante los últimos lustros. Al fin y al cabo, si un pelotazo urbanístico dependía de la firma de un alcalde o de un edil, ¿por qué no compartir parte del botín? —pensarían. Así se llegó a una generalización de la corrupción e incluso a cierta aceptación popular de la misma. En periodo de bonanza, con tasas de paro bajísimas para nuestro país, con niveles de protección social desconocidos y flujos crediticios de dinero barato sin medida ni control, de alguna manera, incluso los de abajo, fuimos partícipes o beneficiarios de la fiesta, aunque sólo oyésemos la música desde lejos. Sin embargo, cuando hicieron estallar casi simultáneamente la burbuja financiera y la de la vivienda, nuestro país entró en barrena, donde aún se encuentra. Políticos pusilánimes hicieron recaer el peso de la crisis en las clases medias y en las más populares sin tocar ni a los que más se habían beneficiado de la algarabía especulativa ni a los que la habían provocado, directa o indirectamente. La reacción lógica y natural es justo lo que se ha producido, la desafección frente a la clase dominante (banqueros, especuladores…) pero también frente a determinada clase política que fue cómplice del atraco a las arcas públicas.

La cacería de elefantes del rey junto a su nueva entrañable amiga (aún no se atreven a llamar por su nombre a la relación existente entre ambos), un dispendio poco ejemplarizante en tiempos de recortes y miseria, enardeció muchos ánimos y despertó sentimientos republicanos más o menos latentes que no se cerraron con la petición hospitalaria de perdón. El caso Urdangarín colmó el vaso, pero la cosa no cesó ahí. Las atenciones públicas a Corinna (casa, coche, escolta, sueldo) suena a historias de cortesanas de épocas lejanas y oscuras, pero todo apunta que es mucho más que eso. Los negocios del rey, verdadero talón de Aquiles de la Casa Real, pueden quedar al descubierto tirando del hilo de Corinna. No es nada nuevo, antaño se podía haber tirado del hilo de Ruiz Mateos, de Mario Conde, de Manuel Prado, de De la Rosa, de los Albertos… no deber ser casualidad que muchos de sus amigos, benefactores y testaferros hayan acabado en la cárcel. Incluso se podía haber investigado sobre la realidad del golpe de estado del 23F, muy lejos de la versión edulcorada que lo encumbró públicamente. Pero eran otros tiempos de pseudodemocracia vigilada y de censura activa, hoy nadie perdona inmensas fortunas hechas al margen de asignaciones oficiales.

Por eso es tan importante para los que nos sentimos verdaderamente demócratas todo cuanto acontece estos días en La Zarzuela. La imputación de la infanta Cristina y la anterior imputación de su marido, producida ya en un contexto de profunda crisis económica, no tiene perdón popular en un país que ha botado ya a varios reyes y que no ha votado realmente por ninguno. Algunos cortesanos opinan que la crisis de confianza en la realeza se acabaría con la abdicación de Juan Carlos y la renuncia al derecho sucesorio de la Infanta, pero es difícil que el Borbón deje su cargo, entre otras cosas por la pérdida de la inmunidad total con que ahora cuenta el jefe del estado. El rosario de casos que se arrastran bajo las alcantarillas de palacio es suficiente como para amedrentar a cualquiera. El juancarlismo ha perdido tirón en un país que nunca ha sido realmente monárquico y, por si fuera poco, el descafeinado príncipe no tiene suficiente tirón para enjugar todo el descrédito que la monarquía ha acumulado en los últimos años.

Es un momento dulce para el republicanismo. El fin del rey, en cualquier caso, no está lejos. En el justo momento de la sucesión la población española debería tomar pacífica y masivamente mente las calles para demostrar nuestra aversión a este sistema anacrónico y antidemocrático de gobierno. No como puro acto simbólico, sino como el inicio de una nueva transición y un periodo constituyente al margen de las presiones de los poderes fácticos del franquismo y de la amenaza permanente de involución con la que se redactó nuestra actual carta magna. La eliminación de la monarquía, como herencia más nítida de la dictadura fascista debería ser el primer paso hacia un estado verdaderamente social de derecho, plurinacional, profundamente democrático y no partitocrático, participativo e igualitario, el mismo que fue hurtado al pueblo después de 1975 con la complicidad de los grandes partidos que aún hoy dominan el panorama político patrio.

La monarquía española se tambalea

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